sábado, 1 de marzo de 2014

Fin de semana

Llegué cansada a casa. Sólo tenía ganas de llorar. Mi jefe me echó una bronca descomunal, por algo que no había hecho yo. Fue muy injusto conmigo. Cuando se enteró que no había sido yo la responsable de hacer mal el pedido, ni siquiera se disculpó, simplemente me miró y dijo:
-Que no vuelva a suceder más.
Victor, nada más verme entrar por la puerta, sabía que me había ido muy mal el día. Me senté a su lado, me abrazó y, acariciándome el pelo, me preguntó qué había pasado. Me escuchó muy atentamente y me consoló. Después me preparó la cena y, mientras cenábamos, me dijo:
-Este fin de semana voy a hacer que te olvides de los problemas del trabajo. Voy a reservar una habitación en algún hotel rural. Hace mucho que no salimos y nos lo merecemos.
Con esas palabras consiguió animarme. Pasé el resto de la semana pensando en lo que haría el fin de semana y conseguí estar de mejor humor. La verdad es que estoy muy quemada con este trabajo pero, con la crisis, no me puedo quejar.
Por suerte, los viernes salimos a las tres de la tarde así que, en cuanto llegué a casa, me puse a preparar las maletas.
-Nena, mete también los bañadores, que el hotel tiene Spa.-Me dijo Victor. Mmm, sólo de pensar que estaríamos en remojo, iríamos a las saunas y nos harían masajes... ¡Ya tenía ganas de llegar!
-¡Qué bien, cariño! Piensas en todo. Por cierto, ¿dónde vamos a ir?
-A Ribes de Freser, al Hotel-Spa Resguard dels Vents.-Me lo quedé mirando con los ojos como platos y le contesté:
-Cariño, ese hotel es carísimo, no nos lo podemos permitir.
-Sí podemos, Eva. Además, ya te dije que este mes mi jefe me ha pagado las horas extras atrasadas, que me debía y...
-Ya, pero ese dinero lo íbamos a guardar para...-Me corta en seco y continúa diciendo:
-...Para relajarnos en ese hotel fantástico. Nena, nos lo merecemos, llevamos varios meses puteados en nuestros trabajos y, además, una vez al año no hace daño.-Le miré y no pude reprimir una sonrisa. Sabía que tenía razón.
Nos levantamos temprano y llegamos en un par de horas, aproximadamente. Hacía un tiempo primaveral estupendo. Dejamos las cosas en el hotel y decidimos ir a pasear por el pueblo. Almorzamos en un bar, charlamos con los lugareños y nos hicimos fotos.
Después de comer, decidimos ir al Spa. Victor había contratado un masaje de hora y media para cada uno. Estábamos en salas distintas, para poder relajarnos mejor, aunque a mi me tocó un chico masajista muy guapo. Me instó para que me tumbara en la camilla boca abajo y yo le obedecí, mirándole de reojo tímidamente. Comenzó a masajear mi espalda, con sus manos grandes y fuertes. Me preguntó en varias ocasiones si me gustaba la presión que ejercía y, en todas las ocasiones le decía que sí, en forma de jadeo involuntario. Después pasó a masajear mis piernas y, cada vez que se acercaba a mi ingle por la cara interna, notaba como se lubricaba mi vagina. Cuando terminó, me pidió que me diera la vuelta y volví a obedecer. Empezó con un brazo, luego con el otro y, después, empezó a masajear mis pechos. Dudé que eso estuviera permitido, pero me dejé hacer porque me gustaba que lo hiciera. Me bajó los tirantes del bañador y me lo bajó hasta la cintura. Se puso a un lado de la camilla y siguió masajeándolos. Comencé a gemir sin poder evitarlo. Estaba tan excitada que empecé a mover mis caderas pidiendo más. Él sabía lo que quería y, mientras que con una mano tiraba de mis pezones, con la otra empezó a acariciar mi clítoris, abultado. Se notaba que tenía manos expertas. Faltaba poco para llegar al éxtasis, así que introdujo dos dedos dentro de mi vagina bien lubricada y con el pulgar siguió tocando el "botón del amor". Al poco, llegó el orgasmo más relajante de mi vida. Luego pensé en Victor y me sentí fatal. El masajista me lo notó en la cara y me dijo:
-No te preocupes por lo que acaba de pasar. Tu marido me pagó una buena propina para que te hiciera esto.-Me quedé estupefacta y, entonces, me acordé que él también había contratado un masaje. ¿Le harían a él también lo mismo? Como si me estuviera leyendo el pensamiento, me dijo: -Sí, a él también le han hecho un servicio especial.
Al principio, sentí rabia pero, luego, pensé que era justo. Así que sin pensarlo mucho, le dije:
-Oye, ¿por qué no os pasais esta noche, tu compañera y tú, por nuestra habitación? -Le guiñé un ojo y sonreí muy picarona.
-Se lo comentaré a mi compañera, aunque creo que aceptará encantada.
Antes de salir de la sala, le dije en qué habitación estábamos y acordamos una hora para quedar. Nos despedimos y, al salir, me encontré a Victor con una sonrisa de oreja a oreja. Me preguntó qué me habia parecido el masaje y le expliqué, con todo detalle, todo lo que me había hecho y le expliqué lo que iba a suceder esa noche en nuestra habitación. A Victor le gustó tanto la idea que, sólo de pensarlo, se le puso dura. Tuvimos que irnos del Spa, poniéndome delante de él, para taparle su prominente erección.
Cenamos pronto y, en cuanto terminamos, nos fuimos a nuestra habitación. Abrimos una botella de champán y la dejamos en la cubitera. Al poco rato llegaron los dos. Nos saludamos, charlamos un rato mientras nos bebíamos el champán y, poco a poco, el ambiente fue caldeándose cada vez más. Mi marido no dejaba de mirar el escote de Laia, la masajista. Me acerqué a ella, olía a aceite de rosas y Ylang-Ylang. Le besé el cuello lentamente y, de vez en cuando, se lo lamía. Mientras las dos nos acariciábamos y besábamos, Oriol se unió a nuestra fiesta. Mi marido se quedó, sentado en una de las sillas, como espectador. Nos desnudamos los unos a los otros y, entonces, Laia me tumbó en la cama. Lamió todo mi cuerpo, empezando por mi cuello, descendiendo hacia mis pezones, para morderlos, pellizcarlos, succionarlos y lamerlos de nuevo. Volvió a descender, lamió con mucha sensualidad mi ombligo y bajó hacia mi abultadísimo clítoris. Se detuvo allí, para darme mayor placer y, mientras ella hacía todo esto, Oriol inundaba mi boca con su lengua y tironeaba de mis pezones. Entonces Victor, agarró la cadera de la chica, le palpó sus genitales y comprobó lo húmeda que estaba. Se puso un condón y la penetró. Ambas jadeábamos, casi al mismo tiempo. Mi masajista me levantó los brazos, se puso encima mío, apoyó mis brazos en sus piernas y me incorporó lo suficiente para follárme la boca. Primero vino mi orgasmo, después Oriol se corrió en mi boca y Laia y mi
marido se corrieron a la vez. Me levanté para escupir el semen y, cuando volví, los dos masajistas estaban practicando la postura de la balanza. Mi marido, viendo semejante espectáculo, estaba más que recuperado y con su polla crecida en su mano. Me acerqué a él y le dije:
-Vamos a hacerles la competencia.
Él rió. Me levantó a la altura de su cintura y empezamos a follar. Victor es fuerte y aguantó en esa postura, estoicamente. Laia y yo compenetramos nuestras respiraciones y casi llegamos a corrernos a la vez. Sin embargo, los chicos tuvieron que continuar unos segundos más.
Todos necesitamos descansar un poco, así que nos sentamos y hablamos animadamente. Media hora más tarde, me acerqué a Oriol y le estimulé como él había hecho esa tarde conmigo. Empezó a crecer fácilmente en mi mano, le tumbé, le puse un condón y le monté como si de un caballo se tratara. La masajista, por su parte, le hizo una felación a mi marido. Ellos gemían con fuerza, aunque nosotras no nos quedábamos cortas. Victor se corrió en la boca de Laia y yo seguí cabalgando sobre mi masajista durante un buen rato más. Ella seguía muy cachonda y se masturbaba mientras nos miraba. Oriol estaba que ya no aguantaba más. Me puse a cuatro patas y volvió a penetrarme con embestidas rápidas. Con esa postura me corrí fácilmente y él se corrió a la vez que yo.
Oriol y Laia, se vistieron y se despidieron. Nosotros nos tumbamos y nos dormimos. A la mañana siguiente, sacamos las cosas de la habitación y las metimos en el coche. Después desayunamos, hicimos una excursión y por la tarde volvimos a casa.
La verdad es que, ese fin de semana, conseguí olvidarme de cualquier problema que hubiese tenido la semana anterior y, Victor y yo, afianzamos aún más nuestra relación.


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